Artículo de Óscar García-Serrano Jiménez, director general financiero de Mapfre Brasil
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Óscar García-Serrano Jiménez, Director General Financiero de MAPFRE Brasil
Nos enfrentamos a un importante descenso de la actividad económica. Los últimos datos publicados confirman esta tendencia. El momento más álgido se producirá en el segundo trimestre de este año. Ante esta situación, se han adoptado importantes medidas fiscales para tratar de limitar sus efectos. De momento se desconoce cuándo y cuán efectivas serán estas medidas, pero podemos anticipar que su coste fiscal no tendrá precedentes. Las medidas, además de tener un carácter temporal, no deben desviar la atención de la sostenibilidad fiscal y del escenario posterior a la crisis.
Cabe mencionar que en el escenario posterior a la pandemia, contaremos con al menos dos ventajas en relación con otros momentos de recuperación de la economía brasileña: la primera es la sostenibilidad de nuestra deuda externa.
Algunos datos hablan por sí mismos. Las reservas internacionales del país, que ascienden a más de 340.000 millones de dólares estadounidenses, superan la deuda externa del país. En otras palabras, Brasil es actualmente un acreedor extranjero neto. Las reservas internacionales del país equivalen a 16 meses de exportaciones, situación poco frecuente entre las economías emergentes y desarrolladas. Además, Brasil figura entre los 10 países del mundo que más atraen la inversión extranjera directa. Indudablemente, hablamos de un contexto diferente al de décadas anteriores, cuando la solvencia externa del país se puso a prueba tras periodos de aversión al riesgo.
La segunda ventaja es la contención de la inflación, que ha respondido de forma positiva a los efectos de la crisis. El IPCA acumulado de 12 meses se sitúa en el 2,4 %, por debajo del objetivo de inflación de este año, que es del 4 %. El comportamiento del índice resulta sorprendente teniendo en cuenta los antecedentes de Brasil. En el pasado, la depreciación del real provocó un aumento general de los precios. El Banco Central no tuvo más remedio que subir los tipos de interés. Como efecto colateral, la falta de liquidez ahogó a las empresas consolidadas e imposibilitó la inversión. La coyuntura actual libera a Brasil del dilema que plantea el crecimiento y el control de la inflación, y allana el camino hacia una expansión sostenible del PIB.
En vista de dichas ventajas, debemos considerar cuáles son las mejores estrategias posibles para el periodo posterior a la COVID-19. Tanto el capital nacional como el extranjero podrán encontrar al menos tres tipos de oportunidades.
En primer lugar, el sector agropecuario. En este ámbito, el país disfruta de una amplia ventaja sobre sus homólogos. A pesar de la crisis, el sector agropecuario sigue produciendo y comercializando a niveles sin precedentes. La cosecha agrícola de 2020 debería ser la mayor de la historia. Las restricciones impuestas al comercio mundial no impiden la venta de productos brasileños con márgenes sorprendentemente amplios. La competitividad y la capacidad de recuperación de los actores hacen posible que las exportaciones de productos agrícolas crezcan un 60 % este año. Los resultados del sector le convierten en un amortiguador natural durante la crisis, y en un posible motor de crecimiento una vez superada.
Una segunda estrategia de salida en el periodo posterior a la COVID-19 se encuentra en las infraestructuras. Las carencias en materia de transporte, saneamiento, telecomunicaciones y energía en este país de dimensiones continentales reflejan la diversidad y la escala de las oportunidades en distintos frentes. El atractivo de estas inversiones aumenta incluso más en un contexto de bajos rendimientos del capital financiero en las economías centrales. Pero no es suficiente: la gobernanza, la seguridad jurídica y normativa, y la legislación son algunos de los requisitos previos que deben cumplirse para poder dotar al país de infraestructuras. La creación de estas condiciones compete al Estado. Todo el mundo gana: se generan empleos, entran divisas en el país, disminuyen los cuellos de botella históricos, aumenta la productividad local y se favorece un crecimiento sostenido.
Una tercera estrategia de salida de la crisis puede contemplar inversiones para sustituir los insumos que se importan hoy en día. Hacer frente a los impactos de la pandemia nos ha mostrado los riesgos de concentrar los suministros en una única región. La necesidad de importar respiradores pulmonares y equipos médico-hospitalarios ha sido el último ejemplo. Hay muchos más. Las producciones de las industrias química y farmacéutica tienen una participación de insumos importados del 40 % y 46 %, respectivamente, y sigue en aumento. Con el fin de reducir los riesgos de esta dependencia, y ante un marco global de creciente proteccionismo y polarización, podemos y debemos ser protagonistas de un reajuste de nuestras cadenas de suministro globales. La economía brasileña podría beneficiarse de este entorno a través de inversiones privadas.
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